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Imawarí Yeuta: La cueva donde habitan los Dioses
Entre las entrañas del mítico Auyantepuy se abre paso un mundo tan desconocido como mágico, tan alucinante como enigmático. La cueva Imawari Yeuta es una nueva ventana al vuelo de la imaginación y un reto al conocimiento científico venezolano y del mundo.
Por millones de años, la gruta de al menos 15 kilómetros se mantuvo oculta entre una de las formaciones geológicas más antiguas del planeta. Pero tras su descubrimiento y posterior primera exploración saltó a la vista un universo de colores, formas y vida natural de singulares características.
No se trata de un descubrimiento más, sino de uno especial, digno de las ilimitadas sorpresas presentes en el escudo o macizo guayanés. No en vano Imawari Yeuta significa la cueva donde habitan los dioses de la montaña, según el lenguaje pemón.
Solo el tamaño de la caverna habla por si sola. Las mediciones cartográficas iniciales indican que la cueva tiene al menos 15 kilómetros, pero los expertos estiman que podría extenderse hasta unos 25 kilómetros. Para tener una idea más clara, la gruta más grande de Venezuela hasta ahora conocida, El Samán, ubicada en la sierra de Perijá (Zulia), mide 18,5 kilómetros.
La Imawari Yeuta es una cueva de cuarcita de origen bacteriológico. Los pequeños organismos son los principales responsables de la erosión de las rocas, además del agua y el viento.
Sótanos de cuarzo se encuentran solo en Venezuela, Brasil y partes de África. De comprobarse científicamente los 25 kilómetros que se cree tiene la bóveda, sería entonces la más grande del mundo en su tipo.
Para Freddy Vergara, espeleólogo del grupo ítalo-venezolano que realizó en marzo pasado la primera exploración, señaló que en el lugar puede encontrarse mucha de las respuestas del origen de la Tierra. “Hablamos del corazón más antiguo del mundo, por lo que todo lo que allí se encuentre está relacionado con lo más cercano al origen de la Tierra”.
“Desde el primer instante en que entramos sabíamos que estábamos en presencia de algo grande, importante. Nos abrazamos, incluso, a más de uno se le salieron las lágrimas”, describió Vergara aquellos primeros momentos dentro de la cueva. “Aquello fue como lo que hace un astronauta: Llegar a un planeta donde nadie estuvo antes”.
Coloridas estalactitas y rocas, cascadas de hasta 70 metros, salas de 40 metros de alto por 200 de ancho, escolopendras (parecido al ciempiés), guácharos de comportamiento atípico y variedad de texturas son parte de lo que los 13 espeleólogos encontraron entre el vetusto macizo mundialmente famoso por el Churún Merú o Salto Ángel, la caída de agua más alta del mundo.
La cueva se ramifica en cientos de pequeños túneles que a su vez se comunican con diferentes salones.
El interior de la formación es totalmente oscuro, pero los exploradores llevaban luces especiales con las que pudieron develar aquel mundo oculto digno de una película de ciencia ficción. Colores especialmente blancos, rojos, púrpuras o naranjas dejaron boquiabiertos a los presentes.
Hace más de 30 años, cuevas similares fueron descubiertas en los tepuyes Sarisariñama y Autama, aunque de tamaños mucho menores.
La abertura de la gruta fue descubierta en 2011 cuando el piloto venezolano Raúl Arias la divisó desde un helicóptero. Arias, con más de 23 mil horas de vuelo acumuladas, fue invitado para participar en la expedición organizada por el grupo Theraphosa (al que pertenece Vergara) y el italiano La Venta. También estuvieron dos representantes de Inparques, Jesús Lira y Virgilio Abreu.
Más de un año pasó entre el avistamiento de Arias y la expedición a la gruta. Una serie de requisitos debieron ser cumplidos antes de la visita profesional, que incluyó el permiso explícito de la comunidad pemón, los principales guardianes del parque nacional Canaima. “La prioridad es que los estudios, los levantamientos biológicos y la cartografía se queden en el patrimonio genético de Venezuela”, explicó Vergara. “Lo que estamos haciendo ahora es tramitando los nuevos permisos para los próximos pasos. El trabajo más duro será el de convencer a las autoridades para conseguir esas autorizaciones”.
Vergara aseguró que el país cuenta con científicos preparados para proseguir con los estudios futuros. “Los estamos ubicando”.
Durante los 15 días que duró la expedición a la cueva Imawari Yeuta se cuidó cada detalle para proteger el ecosistema allí encontrado.
La instalación de un campamento base, colocado a 80 metros de la entrada de la gruta, marcó el inicio de las actividades en el lugar. El centro de operaciones estuvo constituido por seis carpas pequeñas, con capacidad para dos personas cada una, y una carpa más grande donde se encontraba, entre otras cosas, la cocina.
Un área aparte funcionó como el baño. Las heces se colocaron en bolsas, que a su vez fueron guardadas en tubos de PVC posteriormente sellados con cal en su interior para inhibir el olor.
Las jornadas comenzaban cerca de las 7:00 de la mañana, y se extendían hasta las 11:00 pm o 1:00 de la madrugada, dependiendo de las labores realizadas. Vergara fue, además, uno de los cocineros del equipo.
Para aprovechar el tiempo y poder realizar la cartografía, un grupo de los expedicionarios pasó unas tres noches dentro de la gruta. Comida de larga duración y algunos tubos de PVC formaron parte del equipaje, además de la vestimenta especial y las cuerdas para el descenso y ascenso a través de la cueva, por cierto, de difícil acceso.
Dentro de la formación natural, la temperatura se mantuvo constante alrededor de los 14 grados centígrados, tanto de día como de noche, con vientos entre 20 y 30 kilómetros por hora.
“Afuera tuvimos cuatro días de fortísimas lluvias, de tormentas, con vientos de hasta 50 kilómetros por hora”, recordó Vergara, de 39 años.
Las cristalinas aguas de las cascadas sirvieron para calmar la sed y tomar un baño con jabón neutro para, precisamente, cuidar la virgen naturaleza, enclavada entre el pulmón vegetal más importante del globo.
También se tomaron muestras de agua y minerales para realizar in situ estudios de ph en tubos de ensayos.
Los exploradores bajaron 105 metros, entre una total oscuridad, apenas interrumpida por las linternas especiales para este tipo de trabajos. “Esto tiene cierto peligro, como bajar utilizando cuerdas. Hay que tener cierto entrenamiento. Es importante que los científicos que nos acompañen en un futuro conozcan de estas técnicas también”, indicó Vergara.
“Esto fue el resultado del trabajo de un equipo, no de una individualidad”.
La gruta Imawarí Yeuta se convierte así en otra de las joyas del Auyantepuy. Seguramente, en un futuro no muy lejano el Kerepacupay Vená compartirá su fama mundial con la cueva donde habitan los dioses de la montaña. Para orgullo de toda Venezuela.
Juan Pablo Crespo – @juanpamark